El baloncesto en Puerto Rico es mucho más que un deporte; es una fiesta de emociones, adrenalina, rivalidades, camisetas sudadas y canchas repletas que han marcado generaciones. Desde los días de gloria del BSN con figuras legendarias como Georgie Pacheco, Joel Curbelo y José “Piculín” Ortiz, hasta la actual fiebre por los Vaqueros, los Capitanes o los Piratas, el baloncesto masculino ha sido protagonista indiscutible. Pero, mientras ellos levantan trofeos y acaparan titulares, hay otro baloncesto que también se juega con pasión, pero que permanece en la sombra: el Baloncesto Superior Nacional Femenino (BSNF).
Y no es que falten jugadoras con talento, ni equipos comprometidos, ni historias emocionantes que contar. Lo que falta es reconocimiento, justicia y equidad.
La cruda realidad de las cifras
Según datos recabados por esta autora, las jugadoras del BSNF no reciben ni el 10% de los ingresos que generan sus pares masculinos. Mientras un jugador del BSN puede firmar contratos de hasta seis cifras por temporada, muchas jugadoras del BSNF apenas ganan lo suficiente para cubrir gastos básicos. Algunas, incluso, deben trabajar en otros empleos durante la temporada para poder mantenerse.
La desigualdad salarial es apenas la punta del iceberg. La cobertura mediática del BSNF es mínima. Los partidos, cuando se transmiten, son relegados a horarios marginales y plataformas poco accesibles. Los visuales promocionales, las giras de medios, las campañas publicitarias y los patrocinios también brillan por su ausencia. Mientras los varones llenan estadios con shows previos, luces y pirotecnia, las jugadoras luchan por que se les provea un tabloncillo en buen estado y uniformes adecuados.
La invisibilidad como estrategia
Este abandono sistemático no es casualidad. Es una forma de violencia estructural. Es una estrategia de invisibilización que perpetúa la idea de que el deporte femenino es «menos atractivo», «menos rentable» o «menos competitivo». ¿Pero cómo se espera que el público se interese en algo que no se promueve? ¿Cómo se espera que una niña quiera ser como sus ídolas si no las puede ver en acción, si no conoce sus nombres, si no hay historias que la inspiren?
Esto no es un problema de talento. Es un problema de decisión. Las estructuras que dirigen el deporte puertorriqueño han fallado en invertir, apoyar y creer en el BSNF como lo hacen con el BSN. Y cuando no hay inversión, no hay crecimiento. Cuando no hay crecimiento, no hay audiencia. Y así se perpetúa el círculo vicioso de la exclusión.
Mismas exigencias, trato desigual
Las jugadoras entrenan con la misma disciplina, sufren las mismas lesiones, enfrentan la misma presión competitiva. Aun así, el trato es abismalmente distinto. En muchas ocasiones, las condiciones de viaje, alimentación, hospedaje y atención médica que reciben las atletas del BSNF son precarias.
Y a pesar de todo, siguen jugando. Siguen dejando el alma en la cancha. Siguen ganando campeonatos internacionales, representando dignamente a Puerto Rico en Centroamericanos, Panamericanos y mundiales. Siguen abriendo camino para las futuras generaciones. Siguen, porque aman el deporte. Pero el amor no paga la renta.
Donde hay voluntad, hay cambio
No todo está perdido. Existen ejemplos internacionales que demuestran que el baloncesto femenino puede ser rentable, emocionante y de masas. En España, la Liga Femenina Endesa ha logrado consolidarse con transmisiones semanales y patrocinadores potentes. En Estados Unidos, la WNBA cerró el 2024 con cifras récord de audiencia y merchandising, impulsada por una fuerte campaña mediática, apoyo institucional y storytelling poderoso. Las jugadoras se convirtieron en rostros visibles de marcas, causas sociales y cultura pop.
¿Por qué no en Puerto Rico?
¿Qué hace falta para que el BSNF reciba la atención que merece? La respuesta está en todos nosotros. En los medios, que deben comprometerse a cubrir sus historias. En los auspiciadores, que deben apostar por su potencial. En las federaciones, que deben asignar presupuestos equitativos. En el gobierno, que debe legislar por la equidad en el deporte. Y en la fanaticada, que debe llenar esas canchas, comprar esos boletos, compartir esos videos, exigir más.
Esto también es justicia social
No se trata sólo de baloncesto. Se trata de justicia social, de romper con el machismo estructural que ha definido qué cuerpos merecen ser vistos y qué logros merecen ser celebrados. Se trata de enviar un mensaje claro a nuestras niñas: tu esfuerzo importa, tu talento vale, tu sueño es posible.
Porque no es justo que las jugadoras tengan que rogar por uniformes, que sus partidos no sean transmitidos, que no existan estadísticas accesibles, que no haya cobertura en los principales medios deportivos del país.
Porque no es justo que mientras los hombres son elevados como ídolos, las mujeres deban justificar su presencia en la cancha.
Las voces que se alzan
Por fortuna, cada vez más jugadoras, entrenadoras, comentaristas y activistas están levantando la voz. Denuncian la desigualdad, exigen mejores condiciones, crean contenido en redes, organizan torneos, educan, inspiran. Son faros en medio de la indiferencia.
Nombres como Pamela Rosado, Dayshalee Salamán, Allison Gibson y Yolanda Jones deberían estar en boca de todos. Deberían estar en las portadas, en los comerciales, en las conversaciones de café. Han entregado su vida al baloncesto, han ganado más que muchos de sus colegas masculinos, y sin embargo, siguen luchando por visibilidad.
Una invitación a despertar
Este artículo no es un ataque al baloncesto masculino. Es un llamado a la conciencia. Es una invitación a mirar hacia el otro lado de la cancha. A preguntarnos por qué el deporte que amamos excluye sistemáticamente a la mitad de sus protagonistas.
Puerto Rico tiene el talento, la pasión y la historia para ser líder en equidad deportiva. Pero eso no pasará mientras el BSNF siga siendo tratado como una nota al calce.
Si amamos el baloncesto, entonces amemos todo el baloncesto.
Y reconozcamos que sin justicia para las mujeres en el deporte, no hay verdadera victoria para nadie.